COMPLEJOS


   Los complejos son un conjunto de sentimientos o representaciones parcial o totalmente inconscientes, provistos de un poder afectivo que organiza la personalidad de la persona, marca los afectos y orienta las acciones.

 Los complejos son por tanto percepciones distorsionadas que una persona tiene sobre sí misma, sobre su capacidad o sobre su valía y dada su carga afectiva negativa generan un gran sufrimiento, disconformidad y disgusto en la persona que lo padece.

   Los complejos suelen gestarse durante la última etapa de la infancia y en la adolescencia, cuando los recursos, para enfrentarse a situaciones comprometidas o experiencias desagradable, son escasos y limitados. Una reacción fallida o desacertada, del niño o adolescente, ante esas situaciones, y en función de la intensidad o la asiduidad de las mismas, dará lugar a una percepción errónea de sí mismo, a un complejo, que se integrará en su personalidad, condicionando su vida y restringiendo su poder de decisión y acción.

   Una modelo educativo excesivamente rígido y severo basado en la crítica y la descalificación,  las comparaciones con hermanos o amigos, una precaria situación social, una alteración o defecto físico, cánones rigurosos de belleza, una escasa tolerancia a la frustración, etc. son circunstancias que predisponen a un niño inmaduro, desconocedor de sus aptitudes y límites, a forjarse un concepto erróneo de sí mismo y de sus posibilidades.

   La crítica, la descalificación, la comparación, la burla, el no tener lo que se desea, las taras o defectos físicos minan la autoestima y conducen a la demoledora creencia de ser inferior a los demás, gestándose el complejo más común y sobre el cual se basan todos los demás: el complejo de inferioridad.

   Toda esta dinámica es propia de la adolescencia, etapa en la que la mayor parte de los adolescente tienen algún complejo, predominando los derivados del aspecto físico, unos reales, como un defecto o una malformación difícil de encajar y asimilar, aunque la mayoría imaginarios, condicionados por los cánones de belleza del momento o bien como síntoma de un conflicto inconsciente que aflora al exterior de este modo. Pasadas las turbulencias de la utópica adolescencia la autoestima se consolida, la confianza en uno mismo se refuerza, se rectifican conceptos e ideas que inhabilitan o aminoran un gran número de complejos.

   Aún así, otros complejos pueden continuar atenazando a la persona, agazapados en el subconsciente influyen en los pensamientos, sentimientos, decisiones y acciones, impidiéndonos actuar de acuerdo a como nos gustaría.

    Pero lo complejos influyen, no determinan, porque el hombre es libre desde lo más profundo de su ser, libre para tomar decisiones y actuar según la propia voluntad en ausencia de presiones internas o externas que determinen su elección; por tanto libre para desmantelar sus complejos y liberarse del nefasto poder afectivo de los mismos.

   Para ello es necesario reforzar la autoestima; conocerse y aceptarse sabiendo que podemos mejorar si así lo deseamos;  no compararse con nadie, somos únicos; localizar los pensamientos erróneos que tenemos sobre nosotros y desbaratarlos de modo racional.

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