PELEAS ENTRE HERMANOS

   Todos los hermanos se pelean a veces, la mayoría se pelea a menudo y algunos de manera continuada.

   La familia es una auténtica sociedad en vivo. En la familia, como en la sociedad, existe el juego de intereses, competencia, celos, injusticia, intromisión, abuso, uso de pertenencias ajenas, provocaciones, etc., a su vez los niños necesitan ser queridos, tenidos en cuenta, saber que son apreciados y valorados. Pues bien, la urgencia por encontrar su sitio, saber hasta que punto uno vale, hace de la familia una escuela de aprendizaje, de preparación, campo de entrenamiento donde los niños, en sus peleas y discusiones habituales, ensayan tácticas, conductas, estrategias, forjan ideas, habilidades y competencias que les van enseñando a solucionar los conflictos de modo más eficiente, adecuado y satisfactorio para ambas partes, preparándoles así, para un futuro debut social, con garantías para desenvolverse de modo hábil y competente en un ámbito más extenso: la sociedad.

   Desde esta perspectiva, las peleas entre hermanos podemos valorarlas como parte del juego natural que lleva consigo el desarrollo. Juego que necesita la actuación paciente, serena y confiada de unos padres implicados en la educación de sus hijos.

   Ante una pelea o discusión entre hermanos, imponer un modelo de comportamiento, por parte de los padres, supone impedir que los hermanos ensayen modos y vías para solucionar sus propios conflictos, hurtándoles la oportunidad de aprender y experimentar la frustración/satisfación derivada de la destreza utilizada en la resolución del problema.

   Por otro lado la no intervención de los padres, el permanecer impasibles ante las disputas, puede llevar a la indefensión y avasallamiento del más débil, y acarrearle graves daños físicos y psicológicos por la situación de desamparo.

   ¿Qué hacer entonces? Dice el refrán que "En el término medio está la virtud"

   Recurriendo a lo apuntado anteriormente son necesarias grandes dosis de PACIENCIA, SERENIDAD y CONFIANZA.

   Paciencia, porque gritarles, preguntar el por qué, quién empezó, es una pérdida de tiempo, las respuestas son conocidas. Culpar a uno y consolar a otro añade un motivo más para la confrontación entre ellos.

   Serenidad para escuchar sus explicaciones, describir el problema sin tomar partido, ni juzgar, serenidad para compartir los sentimientos de ambos, y proponerles que intenten ponerse en el lugar del otro y empatizar con lo que puede estar sintiendo, serenidad para sugerir estrategias, no soluciones, por las que cada uno podría alcanzar un resultado satisfactorio y justo.

   Confianza, expresándoles la seguridad que tiene en la capacidad de ambos, para pensar y utilizar recursos que les lleve a lograr un acuerdo y poner fin a la discusión.

   Habrá trifulcas en las que no cabe más que separar a los niños en espacios distintos hasta que se tranquilicen y reflexionen por qué no han logrado llegar a un acuerdo. Otras, en cambio, acabarán sin más, difuminadas por un estímulo más interesante que la pelea. Sin embargo, aquellas otras peleas en las que sí son capaces de lograr un acuerdo y encontrar una solución, habrán constituido un momento único en el proceso de desarrollo y maduración, sobre todo si va acompañado de un reconocimiento explícito, por parte de los padres, ponderando la nobleza, la generosidad, las renuncias y concesiones realizadas, la buena disposición para entenderse y encontrar una solución.

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