Los niños disfrutan escuchando cuentos y relatos fantásticos que pertenecen al mundo de la fabulación, la fantasía, aún así, para ellos tales historias forman parte de su realidad, y es que hasta los 4 ó 5 años, la verdad es sólo aquello que experimentan. Fantasía y realidad, también, se entremezclan en los juegos, recurso mágico e ilusorio que permite a los niños transformar la realidad de acuerdo a sus deseos.
Es a partir de los 7 u 8 años cuando los niños comienzan a discernir entre la realidad y la fantasía, el mundo quimérico va perdiendo protagonismo dejando paso a una realidad, a veces, menos halagüeña, en la que afirmar algo que no se corresponde con la realidad se tilda de mentira. Diferenciar entre fantasía y realidad constituye, por tanto, un proceso de aprendizaje arduo y complicado, cuajado de vaguedades y equívocos; y esto es así cuando en el mundo adulto la línea entre fantasía y realidad, mentira y verdad es imprecisa y enrevesada, más aún cuando se agregan términos como "mentiras positivas" y "verdades negativas".
Aceptamos "mentiras positivas" como los cuentos que contamos a los niños, las historias exageradas que nos divierten y nos hacen reír, los engañosos anuncios publicitarios, etc, ejemplos que no se corresponden con la realidad, no son verdad; en cambio rechazamos "verdades negativas" que dañan la autoestima, que causan dolor innecesario, o comentarios personales poco agradables.
Los niños, poco a poco, a través de sus vivencias aprenden e interiorizan las diferencias, discerniendo entre verdad y mentira. Pero no olvidar que el único modo de aprender que mentiras o verdades son aceptables e inaceptables precisa de la corrección firme por parte de los padres, mostrando aprobación o desaprobación ante la afirmación hecha por el niño.
Un niño miente cuando es plenamente consciente de haber deformado voluntariamente la realidad y de haber afirmado algo que no es cierto. Y esto sólo lo hará un niño que tiene miedo.
Fomentamos que un niño mienta cuando le ridiculizamos, cuando mentimos flagrantemente delante de él, o le pedimos que mienta por nosotros, cuando no admitimos nuestros errores, cuando le atacamos, cuando no dejamos que afronte las consecuencias de sus mentiras.
Ante un niño que miente, etiquetemos el comportamiento, no al niño, recordar que el niño miente porque tiene miedo, si a ello le añadimos la etiqueta de "mentiroso" incrementaremos su miedo, y por ende que diga más mentiras.
y cuando un niño miente de modo compulsivo? cuando mentir es constante? también tiene miedo?
ResponderEliminarMentir es una conducta aprendida, a veces reforzada por los padres. Cuando reímos la capacidad de inventiva de un niño pequeño para eludir su culpa o para salir de un lio, estamos reforzando esa conducta, la mentira se incorpora al repertorio conductual del niño.
EliminarUn ambiente familiar demasiado exigente o severo, es decir, cuando las expectativas de los padres son demasiadas elevadas o rígidas, el niño inventará para estar a la altura de lo que se espera de él, mentira por miedo a defraudar a sus padres, mentirá para librarse de la rígida disciplina a la que está sometido.