Es en la intimidad del hogar, espacio de amor, aceptación y seguridad para el niño, donde éste recibe sus primeras nociones de moral.
Los primeros años del niño son campo abonado para inculcar normas, principios y valores que vayan conformando su modo de ser. Los padres son las figuras protectoras que satisfacen todas las necesidades del niño, con ellos, el niño establece un vínculo afectivo que le asegura su amor, protección y aceptación, al mismo tiempo que trata de merecer esa aceptación, y su aprobación por medio de la bondad de su comportamiento.
En esta realidad el niño se complace obedeciendo a sus padres, aceptando sus orientaciones y consejos. La obediencia a los padres en este periodo depende de un sentimiento asimétrico de respeto, mezcla de amor y miedo, que le lleva a acatar las normas y obedecerlas. Mediante la obediencia, el niño se asegura el cariño y la aceptación, la no obediencia le hace temer no ser aceptado y querido.
Así vemos que el respeto se convierte en el origen de los primeros sentimientos morales, a la vez que la obediencia es la primera forma de conciencia moral, por otra parte, el respeto hacia los padres lleva al niño a interpretar lo mandado por ellos como obligatorio, pergeñándose, de esta forma, el sentido del deber.
Hasta los 8 años aproximadamente, la moral del niño es heterónoma, la norma le es impuesta desde fuera, la ética de la norma depende de quien la dicta, el niño sólo la acata y obedece. Los padres enseñan, dirigen y disciplinan a lo niños en modos de hacer y actuar, transmiten costumbres y valores, e imponen normas o principios que determinen un buen comportamiento; el niño, a su vez, va adquiriendo conciencia de lo que está bien o mal, lo que es correcto o incorrecto, paulatinamente va interiorizando las normas y encontrándolas sentido. En este periodo heterónomo, el niño admite el castigo como justo y necesario cuando no hace lo mandado o lo hace mal, no obstante el sentido de justicia está subordinado a los padres y maestros.
A partir de los 8 años el respeto del adulto es transferido a los iguales, entonces, el respeto se hace mutuo, simétrico, aparece la idea de reciprocidad, el niño aprende a ponerse en el lugar del otro, la moralidad del niño se fortalece con conceptos como el perdón, la tolerancia, la comprensión y la solidaridad, conceptos que despiertan, a su vez, el sentido de justicia, convirtiéndose en la norma central que prevalecerá sobre la simple obediencia. Y es sobre el concepto de justicia donde el niño asentará su autonomía y sentido de responsabilidad.
Alrededor de la pubertad es cuando el niño comienza una etapa reflexiva que le lleva a dilucidar sobre el motivo de su comportamiento, y a juzgar los hechos por intenciones y no por resultados, lo que le lleva a determinar que no se debe castigar a todos por igual, sino según la responsabilidad de cada uno.
Gradualmente el niño pasa de ser gobernado por los demás a gobernarse a sí mismo, se inicia el tránsito de la moral heterónoma a la moral autónoma, que da lugar a normas regidas por valores y principios universales, que nacen de dentro y se gestan en el seno de una reflexión e intercambio de punto de vista con iguales.
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